Arcilla roja

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Autor: Eduardo Ríos Clemente
Páginas: 60
Lengua: Español
Editorial: Editorial Semuret, S.L
Año edición: 1996
Plaza de edición: Zamora
ISBN: 978-84-88954-06-0

Extracto:

A veces, en Zamora, tierra árida, llueve. A pesar de la pertinaz sequía económica, social y humana que nos agobia, cae un agua fina en forma de endecasílabos, verso a verso, que nos despierta del sopor en que vivimos. Y hacemos barro y construimos un mundo imaginario.

Eduardo Rios tiene vocación de alfarero, “también tengo yo un padre alfarero”, le comunica alegremente a la cantimplora en su “Canción del desconcierto”. El poeta es oriundo de Tábara, paisano de aquel bardo caminero, cuya biografía tituló Luis Rius:” León Felipe, poeta de barro”, que le ha dejado una honda huella, aunque Ríos no es lector de un solo libro ni bebe nunca de una misma fuente: Walt Whitman, Pessoa, Rimbeau, Neruda, Quevedo, los Novísimos. Con todo esos sustratos -polvo enamorado- va fabricando su “Arcilla roja”, a “sillavas cuntadas” o en versos libres, teje su visión sombría de un mundo en ruinas. El vate mira desolado los muros de la patria suya -la infancia- y no le queda un rincón para amar: “dónde el rotundo mástil que me salve”.

La poesía de E.R. es un continuo intento por encontrar un poco de esperanza en un universo roto como un barco desguazado. Es su primer libro y no nace con pretensiones huecas de bestseller, sino como una digna aportación lírica a una cultura que gira vertiginosamente en torno de los círculos de poder, cerca de la subvención oficial y el amaneramiento de los intelectuales provincianos, pomposamente vacíos, domesticados y sumisos a la autoridad que ordena y paga.

Como en toda poesía, el núcleo significativo intelectual del verso hay que leerlo teniendo en cuenta las resonancias sentimentales y fantásticas que nos provoque. Más que vocablos que nos aporten representaciones utilitarias, se trata de transmitirnos un estado de ánimo. Y éste oscila, de la oscuridad a la luz, de la duda a la firme ilusión del enamorado. El poeta se debate entre la vida y la muerte, por eso escribe “Canción del desconcierto” al lado de su “Canto a la libertad” o “Desde la bahía”.

El autor de “Arcilla roja” busca un símbolo de esta lucha interior, de este sordo combate, y hace con sus dedos una cantimplora, que canta y llora (plora), que es mitad desolación y angustia, mitad júbilo y tintineo. De ahí esos profundos desajustes entre ruina y ritmo, ese desaliño buscado entre pausas sintácticas y musicales, en un mundo absurdo, que le hacen gritar: “no busques sentido al texto”. Se inclina, al fin, por el amor, que sale victorioso: “Déjame agonizar junto a tu cuerpo / y ponerte paños húmedos sobre la frente”, “sosegadamente escuchemos / este irrepetible rumor de enaguas / que nos trae el viento”.

Este antiguo alumno de Literatura del I.E.S. “Claudio Moyano”, ha recordado que después de la muerte está la vida, detrás del fondo negro de la desilusión, el polvo rojo de la dicha. Como Goytisolo, en su patética situación de niño de la guerra, busca amparo y encuentra “un pecho” o una “palabra” en que apoyarse. Como Brines o Claudio Rodríguez hallan unas ventanas con luz, sobre el mantel la ajena luz doméstica, o una puerta entornada, así Eduardo Ríos barrunta en su total desamparo la esperanza, “ya están cerca” -escribe- “las rojas tejas de mi casa”.

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