Prólogo
“Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre”.
(Federico García Lorca, “Gacela primera del amor imprevisto”, Diván del Tamarit, 1934)
Con motivo de la celebración del curso “El arte en Zamora XII. Paisajes monumentales cercenados: patrimonio histórico-artístico expoliado y desplazado”, organizado por el Centro Asociado de la UNED de Zamora en marzo de 2017, sugerimos la posibilidad de dedicar una ponencia a los trabajos abordados por Manuel Gómez-Moreno durante la elaboración del Catálogo Monumental de la provincia, al respecto nos pusimos en contacto con los autores del presente estudio que, exquisitamente respetuosos con el auditorio y conscientes de la necesidad de aportar información de primera mano, no dudaron en visitar la Fundación Rodríguez-Acosta con el objeto de sondear los fondos documentales sobre el historiador granadino. Las sospechas iniciales de Josemi Lorenzo Arribas y Sergio Pérez Martín, unidas a su perseverancia y profesionalidad, han ofrecido resultados plenamente satisfactorios.
Cuesta imaginar a don Manuel Gómez-Moreno con la edad de Cristo recorriendo los andurriales menos transitados de nuestra provincia allá por el verano de 1903. Su cámara fotográfica de placas de 13 x 18 cm era pesada y difícil de manejar, hacer lo propio con un automóvil estaba al alcance de muy pocos y no era fácil transmitir su personal pasión por las antigüedades y su salvaguarda. Por descontado que la red viaria resultaba ancestral, la telegrafía estaba en mantillas y los alojamientos da- ban de sí lo que daban de sí. A la hora de acometer el Catálogo Monumental de la provincia de Zamora, lo único que tuvo a su favor, en cuanto a medios de transporte se re ere, fue un ferrocarril lento, atrozmente lento pero bien ramificado, sin despreciar un servicio postal diligente por imprescindible.
Elena Rodríguez-Bolívar López, su reciente y paciente es- posa (desde el 29 de mayo de 1903), ejercía como colaborado- ra, relaciones públicas, intendenta, secretaria, costurera y tra- ductora entre las gentes del común y su marido. Gran parte del sabroso epistolario se redactó al alimón, disputándose turnos y renglones. Doña Elena era hija de Manuel Rodríguez-Bolívar Oliva, presidente de la Diputación de Granada, y doña Carmen López, y sobrina política de Francisco Giner de los Ríos, uno de los promotores de la modélica Junta para la Ampliación de Estu- dios e Investigaciones Científicas. A pesar de haberse dejado la piel en los catálogos de Ávila y Salamanca, don Manuel estaba más acostumbrado a patear la gran capital, acudir a la tertulia de Guillermo de Osma y alternar con académicos, jurisconsultos, pintores, eruditos rentistas y funcionarios bien adiestrados. Por tierras leonesas procuró la imprescindible cobertura eclesiástica y los avales en forma de cartas de recomendación, que eran el mejor salvoconducto en una España impredecible a la espera de emplastos, farmacopeas y cirugías. Aún así, no tuvo reparos en lamentar el trato recibido por los tapices de la catedral o las ruinas de Moreruela y sospechar otros aciagos vaticinios.
En tránsito hacia Zamora, los Gómez-Moreno/Rodríguez- Bolívar visitaron París en sus lunas de miel, y a su regreso recalaron en Ávila, Peñaranda de Bracamonte y Salamanca, entrevistándose con el rector Miguel de Unamuno y el obispo Cámara. Ya en Zamora se entusiasmaron con el románico capitalino, quedaron seducidos ante una inédita e incorrupta iglesia en Santa Marta de Tera, constataron con alborozo la presencia de estelas y verracos en Sayago (algunos dentro de sepulturas) y viajaron hasta Astorga para admirar el modernísimo palacio episcopal, que en la capital maragata no le importaba un pimiento a casi nadie, y desde donde el mismo Gaudí había salido indignado. Gómez-Moreno se vio vis a vis con San Pedro de la Nave “la primera de su clase que me echo a la cara” y con el increíble bote de la catedral; descubrió las dobleces de la fronteriza Sanabria, donde circulaban los carros chillones y “se habla una jerga ininteligible”; visitó los castros alistanos y pulsó las salacidades de sus gentes, mucho más espabiladas de lo que un erudito pudiera suponer pues “en los pueblos chicos que es donde parece que hay más pureza de costumbres es todo lo contrario, pues es justamente donde están en cuestión de moralidad más pervertidos, y sobre todo las mujeres, es muy difícil encontrar una que tenga siquiera un rayo de vergüenza”. Don Manuel, ¡Ay don Manuel!
En sus momentos de asueto, y cuando no revelaba cianotipos azulones o atendía a sus temidos anfitriones, el matrimonio tomaba el chocolate o algún vasito de horchata y paseaba por las orillas del Duero, entreteniéndose con las torpes mañas de los remeros aficionados.
Da gusto leer este hatillo de cartas, milagrosamente conservadas en la Fundación Rodríguez-Acosta de Granada y rescata- das por un par de sabuesos que han franqueado una cápsula del tiempo sin forzar su cerradura, y, nos regalan, sin engolamiento alguno, su reconfortante frescura, fruto del merodeo por pagos zamoranos de uno de nuestros historiadores del arte más insignes.
_José Luis Hernando Garrido
UNED-Centro Asociado de Zamora
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