Las Bibliotecas monásticas y la desamortización en la provincia de Zamora

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Sin existencias

Autor: Vicente Bécares Botas
Páginas: 145
Lengua: Español
Editorial: Editorial Semuret, S.L
Año edición: 1999
Plaza de edición: Zamora
ISBN: 978-84-88954-22-0

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Prólogo

Las repercusiones que la llamada Desamortización de las propiedades eclesiásticas, principalmente en la primera mitad del Siglo XX, tuvo sobre el conjunto de los bienes artísticos y culturales de la nación no ha sido objeto de investigaciones sistemáticas, centradas éstas sobre todo en sus aspectos socioeconómicos, políticos, ideológicos o jurídicos. La motivación y objetivo del presente estudio es de índole pura y exclusivamente bibliográfica, por lo que no trataré del resto de los campos afectados en el mismo proceso, así como tampoco voy a entrar en indagaciones -hechas ya por otros- de los orígenes, causas o implicaciones de dicha Desamortización en el devenir general del Estado, materia opinable donde las haya según los posicionamientos políticos e ideológicos del propio investigador.

La elección del tema halla, por tanto, su justificación en la escasa, y nula en el caso de Zamora, atención prestada a este aspecto del proceso desamortizador; y, segundo, en la necesidad e interés de determinar de una vez por todas y con las cifras en la mano su verdadera magnitud en relación con la entidad y el destino de las bibliotecas conventuales. Su planteamiento se sustenta sobre tres pilares básicos: la consideración del número de conventos y monasterios, más de treinta en el ámbito zamorano (¡más de dos mil en toda España!) a comienzos del siglo pasado; la existencia en todos ellos de otras tantas bibliotecas, más o menos ricas, pero bibliotecas al fin, que fueron de alguna manera inventariadas, o al menos recontados sus fondos, en algún momento de dicho proceso; y, en tercer lugar, como elemento de contraste, la constatación del número de volúmenes pertenecientes a aquéllos, supervivientes en la actualidad en las Bibliotecas Universitarias o Públicas Provinciales, destino convenido por el legislador para tales fondos. La limitación espacial a la actual Provincia de Zamora viene dada tanto por la inexistencia de trabajos de este tipo, como por razones de carácter personal, que la hacían un dominio accesible y abarcable para el autor.

Aunque en cierta medida sea anticiparse a las conclusiones, hay que reconocer que, desde el punto de vista bibliográfico, y desde otros, la enajenación de los bienes eclesiásticos representó un desastre nacional de proposiciones descomunales y corrupciones a que dio lugar. Con ello no pretendo enjuiciar los hechos en sí, algo inútil a estas alturas, ni siquiera valorar los censurables procedimientos seguidos para llevarlos a cabo: solo los resultados. Y el que se tratase de bibliotecas monásticas, orientadas a unos fines que no eran académicos ni científicos, lo que, en buena medida, pero solo en buena medida, predeterminaba la naturaleza de sus contenidos, no atenúa la responsabilidad ni disculpa lo más mínimo a los bárbaros responsables, por acción u omisión, de tamaña catástrofe.

Si en sus aspectos sociales o económicos la desamortización, y la ideología política que la propició, pueden ser objeto de opiniones polémicas y discusiones, en lo relatico al patrimonio cultural las condenas han sido unánimes: J.M. Antequera, Menéndez y Pelayo, pero también Sánchez Albornoz o Caro Baroja, más liberales, han expresado al respecto juicios coincidentes. Las intenciones “reformistas” de determinados gobiernos llevaron a la promulgación de leyes, como las de demolición de conventos, claramente persecutorias y aniquiladoras, y en su consecuencia el desprecio hacia los objetos de arte y cultura religiosa fue general, de donde la inexistencia o escasez de medidas protectoras y la inoperancia e inobservancia de lo dispuesto, con el resultado de numerosas bibliotecas hechas pavesas o a la intemperie, de robos y expolios continuos, de venerables volúmenes condenados a los usos más infames, “Colecciones que la desamortización de Mendizábal, genial en su concepción y torpe en sus métodos,…. Había de dañar gravemente, con merma irremediable del tesoro de la riqueza diplomática y bibliográfica española. Sí, Jovellanos pudo consultar, todavía, muchas escrituras monacales que desaparecieron al suprimirse las órdenes religiosas y al incautarse el Estado de sus archivos; y pudo leer aún, también, muchos códices, tumbos, cartularios y becerros que sufrieron suerte pareja en la misma ocasión” (Sánchez Albornoz, 1969, p. 169s). O la más matizada opinión de Caro Baroja (1980, p. 167): “En términos culturales, la Desamortización de Mendizábal tiene un lado triste y antipático. Algunos liberales de sensibilidad extraordinaria, como Larra, ya llamaron la atención del Gobierno en el momento de realizarse acerca del valor artístico e histórico de los conventos españoles que se desbarataban; pero su llamada fue desoída. Y sobre lo que dijo aquél en la revista “El Mensajero”, en el verano de 1835, volvía a insistir en otro artículo de “El Español, remedando el sentir común con estas palabras. “¿Para qué quiere el Gobierno estas tonterías? ¡Librotes de frailes! ¡Chucherías de madres!” El caso es que en aquella ocasión una nube de coleccionistas, de bibliófilos, de chamarileros y anticuarios se apoderaron de cuanto les vino en gana, sin que el Gobierno pudiera o supiera defender lo que hoy se llama “Patrimonio Artístico Nacional”. Sobre el “quisiera” se podrán despejar algunas dudas en lo sucesivo. En fin, para terminar con los juicios críticos, si se quiere la versión de otro historiador, tampoco sospechoso de clericalismo, vela aquí: “las secularizaciones del liberalismo fueron un golpe terrible, físicamente desastroso; en el solo Madrid desaparecieron cuarenta y cuatro iglesias y monasterios. Nueve se vendieron como solares edificables, uno fue convertido en ministerio, en otro se alojó la cámara del senado, y otros se convirtieron respectivamente en escuela de equitación, cárcel, teatro y cuartel. En el campo los monasterios cayeron frecuentemente en manos de especuladores, o degeneraron hasta convertirse en edificaciones agrícolas. Yuste, el noble retiro de Carlos V, se salvó de la ruina total gracias a la devoción de la casa Mirabel” (Carr, 1966, p. 177). Alos treinta y tantos conventos y monasterios zamoranos no les cabría la misma suerte.

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