A medio camino entre una etnografía de comunidad y una etnografía de viaje, este libro vuelve sobre un viejo tema de los estudios antropológicos, el Carnaval, que en España ha tenido antecedentes tan relevantes como el de Julio Caro Baroja, que se publica en 1965, pero el mismo Caro advierte al comienzo de su libro que es una revisión de parte de los trabajos que realizó para su tesis de doctorado en los años inmediatamente anteriores a la Guerra Civil (hacia 1934). En esa obra, en un intento de mostrar la amplia diversidad en Europa y en España de las formas festivas carnavalescas, expuso tres modelos de fiestas de invierno que él asumió en cierto modo derivados de antiguas fiestas romanas. Con ello se desmarcaba de una corriente, liderada en Europa por Mannhardt y Frazer, que propugnaba un modelo único dependiente de una concepción mágico animista en torno a un “espíritu vegetal” manifiesto en las mascaradas de invierno. Los datos etnográficos que Caro Baroja recogió le llevaron a reconocer una amplia variedad de personajes que pululaban no solo por los Carnavales sino por todo el tiempo festivo invernal en numerosas poblaciones del norte y centro peninsular. Sus nombres ya por sí mismos constituyen todo un repertorio de palabras remotas con connotaciones muy sugerentes. BouzaBrey para el área sur gallega listaba “choqueiros, lanceiros, madamitos, velos, maragatos, muradanas, felos, borralleiros, murrieiros, irrios, cocas, charrúas, troteiros, cigarrons”. En el Centro, “botargas, mascaritas, enmascarados, zagarrón, zancarrón, zafarrón, mazarrón”; y en comarcas de León, “guirrios y antruejos, guirrios y madamas, vejigueros, gomia, birria, jurrus, xiepas, paparrajos, juanillos, arrumacos, cachiporra, encisnaos”. Los personajes de la vijanera –ya en Cantabria– entre ellos, los “zarramacos, osos, mancebos, traperos, viejos, etc.”. Y en distintos sitios, personajes singulares como el “cipotegato, el jarramplas”, o también en grupo como las “carantoñas”, etc. Son, pues, una multitud de personajes de difícil clasificación que delinean los múltiples horizontes del “Otro” en las sociedades tradicionales: animales temidos, oficios marginales, etnias marginales, deformes, harapientos, personajes burlescos, locos, y también demonios, ficciones y ensoñaciones. En algunos casos, sombras de un supuesto pasado remoto inidentificable.
Manuel Barea ha realizado en este libro un minucioso trabajo de documentación y etnografía que permitirá al lector ayudar a comprender ese cúmulo de paradojas que la experiencia carnavalesca suele conllevar.
Honorio M. Velasco
Catedrático Emérito de la UNED
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